viernes, 31 de diciembre de 2010

El Abismo




A pocas horas de concluir el 2010, pienso en la película Up!. Animo en mi mente una vista particular que me coloca frente al abismo. Estar allí me produce una sensación de vértigo indescriptible y, al mismo tiempo, me da la oportunidad de apreciar lo inmenso, profundo e imponente del paisaje. Ahora, esto se parece al día a día, a este punto donde cierra el año, a los proyectos y retos que están a la vuelta, al amor perdido, a las palabras, a lo inexplorado. También a la necesidad, sentida desde dentro, de querer volar.

Me creo guía exploradora, tengo el optimismo de Russell, con deseos de arriesgar, de mirar nuevos rumbos, de ayudar a construir espacios alternativos, de conocer cada detalle a mi alrededor, y de enfrentarme -con alma de niña- a la aventura. Aunque desconozco la forma exacta y milimétrica de cómo será el futuro, a lo largo de este viaje el mañana tiene la virtud de mostrarse claro en sus objetivos, desafiante, lleno de globos de colores y de muchos aprendizajes.


No dudo en ubicarme en la orilla, en el filo, en el límite, para desde allí ver el horizonte. Lo vivo, me gusta. Hago una extraña combinación entre lo que vendrá y la fuerza natural que impone el presente. En perspectiva, lo que percibo lejano, tengo la idea divertida de armarlo como un rompecabezas de piezas grandes.

Así, me convierto en Ellie y escribo mi diario sobre "Cosas que voy a hacer" y lo lleno de aventuras. Los sin sentidos y deseos no compartidos van quedando atrás, mientras las historias sin final feliz concluyen. Reconozco los sentimientos verdaderos y disfruto lo aprendido, ya no me inquietan los obstáculos, pues reconozco nuevas formas de alzar el vuelo.

Si bien el pasado se forma de manera constante, prefiero mirar hacia adelante. En el presente confirmo mi propio concepto sobre el abismo: Es vivir en la cima, en ese lugar donde puedo encontrarme con el paraíso, a mis pies.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

A Corazón Abierto


Respiro nuevos aires. Dedico muchas horas del día a pensar y repensar. Las ideas fluyen, en medio de la calma. Pienso sobre la rapidez con que termina el 2010. Hice todo lo que quise y me faltó tiempo, a veces también decisión, para hacer más. En pocos meses, fui y regresé, conocí de nuevo el amor, también lo perdí, me encanté con nuevos amigos, adoré a los de siempre y vi que no podía ser sólo una mirada distante de los años más importantes de Alejandro.

Ahora me siento arquitecta, constructora, ingeniera y escritora de mi presente y de mi futuro. Me asombro de cómo he mantenido ciertos gustos intactos y de la capacidad que he adquirido para darle vuelta a la página y leer entre líneas. Miro transparente, sin remordimiento. Coloco puntos y aparte y entiendo de forma distinta la trascendencia de las palabras. Mis conceptos se han transformado.

Confieso: Por mi naturaleza controladora, siempre ha sido difícil expresar mis sentimientos a viva voz. Los puedo decir frente a un espejo –a mí misma-, pero cuando debo pronunciárselos a otro, todo cambia: siento que nunca encuentro las palabras adecuadas o que me convierto en un ser cursi, romántico y vulnerable. Ese es el gran riesgo, volverse vulnerable.

En otros tiempos –no muy lejanos-, era un juego de niños traducir las frases comunes, aquéllas que todo el mundo repite. Las entendía como oraciones que sirven sólo para llenar espacios o silencios, con lo cual se convierten en palabras huecas e irrelevantes. Por ejemplo, un te amo. Lo escuchaba por todos lados, a la mayoría se le salía de la boca como si nada. Hoy, para mí, estas dos palabras tienen un lugar muy reservado, las guardo con recelo. Cuando las he dicho he dejado casi el alma, el corazón abierto.

Porque en estos terrenos, la información también es poder. Así que en la mayoría de las circunstancias he cuidado lo que digo, no he mirado a los ojos, he huido por la derecha y algunas lagrimitas han sido parte de la historia. He recurrido a la escritura como escudo protector. Tengo un respiro, comparto un compromiso al pensar que, cuando escribo, el significado o resultado final es del otro. Es mía la motivación, cada palabra escrita, cada punto, cada coma, pero el efecto que genero no me pertenece. Definitivamente, creo que amar no es un acto individual.

Así escribo para ti, para moverte el piso, para no renunciar a lo que siento, para satisfacer mis propias ganas. Escribo porque es mi forma natural de intentar cambiar al mundo (mi mundo).

jueves, 2 de diciembre de 2010

En Tránsito



Que cambie todo, pero no el amor. Juanes


De unas semanas para acá, ligeramente se han movido mis coordenadas. Ahora estoy más al sur, a 8° 21’ latitud norte y 62° 43’ longitud oeste, más cerca del suelo y con un calor y una humedad que enamorarían al fantástico camello volador Kabubi. Para asombro de muchos, me encuentro de regreso en Puerto Ordaz, pero bajo una forma distinta: Soy –por decisión personal- una ciudadana en tránsito.

Para esta travesía me acompañan -como siempre- Alejandro y una maleta imaginaria repleta de recuerdos, de picantes, de apetitos, de afectos y de un sinfín de sueños por realizar. Las noches de insomnio también me siguen, así como esas ganas insaciables de emprender nuevas aventuras.

El concepto de “en tránsito” define mi esquema actual. A cualquier hora, pruebo y me atrevo. Me entusiasma asumir riesgos, seguir mis instintos e imprimirle a la vida la velocidad y el ritmo que quiero. En efecto, no me asusta acelerar, detenerme, salir corriendo, huir por la derecha, o simplemente observar. Mis deseos ahora me pertenecen por completo y dejaron de ser el reflejo de las aspiraciones de otros.

Mis raíces y sentido de pertenencia son mis afectos, los que respiran cerca de mí y aquéllos que me siguen en la distancia. De un tiempo a esta parte, dejaron de interesarme las excusas, no tengo deudas pendientes y reafirmo que nadie te obliga a estar. Me doy la libertad de volar, de pensar en ti como tema recurrente, de creer y no creer a mi antojo, y de vivir la sonrisa y la tristeza con la misma intensidad. No tengo interés en complacer a los demás y ahora descubro que hay distintas formas de experimentar. Así, sacudo mis estructuras, me deslastro de prejuicios, me tropiezo, me levanto, aprecio una conversación con las amigas, me entretengo con mis sueños y estreno nuevas sensaciones. Me sorprendo de mí, de los demás. Esa soy yo.

Sin dudas, el regreso a esta ciudad –que no puedo decir “mi ciudad”- despertó en mí sentimientos tan variados como un mostrador de golosinas para niños. Recién llegada y al volar sobre Puerto Ordaz tuve el presentimiento que desde mi partida –hace unos diez meses- el mundo y su lógica decidieron establecer una pausa en estas tierras y no modificar el estado de las cosas. También tuve la impresión, luego confirmada, que esta zona parece el pie hinchado de un anciano que para dar un paso le pide permiso al otro y su filosofía de existencia no es otra que la del mientras vamos viendo, vamos yendo. Es la misma inquietud que experimenté en 1999 cuando por primera vez hice mis primeros contactos con Guayana.

Volver acá también significó maravillarme con el ímpetu de la naturaleza, con la energía que supone cada gota de rocío cuando te acercas y disfrutas de La Llovizna, con el reencuentro con los verdaderos amigos, y con la dulzura y el amor de mi familia. Estar “en tránsito” hace vivir cada día en Puerto Ordaz como si fuera el último.