jueves, 2 de diciembre de 2010

En Tránsito



Que cambie todo, pero no el amor. Juanes


De unas semanas para acá, ligeramente se han movido mis coordenadas. Ahora estoy más al sur, a 8° 21’ latitud norte y 62° 43’ longitud oeste, más cerca del suelo y con un calor y una humedad que enamorarían al fantástico camello volador Kabubi. Para asombro de muchos, me encuentro de regreso en Puerto Ordaz, pero bajo una forma distinta: Soy –por decisión personal- una ciudadana en tránsito.

Para esta travesía me acompañan -como siempre- Alejandro y una maleta imaginaria repleta de recuerdos, de picantes, de apetitos, de afectos y de un sinfín de sueños por realizar. Las noches de insomnio también me siguen, así como esas ganas insaciables de emprender nuevas aventuras.

El concepto de “en tránsito” define mi esquema actual. A cualquier hora, pruebo y me atrevo. Me entusiasma asumir riesgos, seguir mis instintos e imprimirle a la vida la velocidad y el ritmo que quiero. En efecto, no me asusta acelerar, detenerme, salir corriendo, huir por la derecha, o simplemente observar. Mis deseos ahora me pertenecen por completo y dejaron de ser el reflejo de las aspiraciones de otros.

Mis raíces y sentido de pertenencia son mis afectos, los que respiran cerca de mí y aquéllos que me siguen en la distancia. De un tiempo a esta parte, dejaron de interesarme las excusas, no tengo deudas pendientes y reafirmo que nadie te obliga a estar. Me doy la libertad de volar, de pensar en ti como tema recurrente, de creer y no creer a mi antojo, y de vivir la sonrisa y la tristeza con la misma intensidad. No tengo interés en complacer a los demás y ahora descubro que hay distintas formas de experimentar. Así, sacudo mis estructuras, me deslastro de prejuicios, me tropiezo, me levanto, aprecio una conversación con las amigas, me entretengo con mis sueños y estreno nuevas sensaciones. Me sorprendo de mí, de los demás. Esa soy yo.

Sin dudas, el regreso a esta ciudad –que no puedo decir “mi ciudad”- despertó en mí sentimientos tan variados como un mostrador de golosinas para niños. Recién llegada y al volar sobre Puerto Ordaz tuve el presentimiento que desde mi partida –hace unos diez meses- el mundo y su lógica decidieron establecer una pausa en estas tierras y no modificar el estado de las cosas. También tuve la impresión, luego confirmada, que esta zona parece el pie hinchado de un anciano que para dar un paso le pide permiso al otro y su filosofía de existencia no es otra que la del mientras vamos viendo, vamos yendo. Es la misma inquietud que experimenté en 1999 cuando por primera vez hice mis primeros contactos con Guayana.

Volver acá también significó maravillarme con el ímpetu de la naturaleza, con la energía que supone cada gota de rocío cuando te acercas y disfrutas de La Llovizna, con el reencuentro con los verdaderos amigos, y con la dulzura y el amor de mi familia. Estar “en tránsito” hace vivir cada día en Puerto Ordaz como si fuera el último.

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